México se encamina hacia una tormenta perfecta

Muchos países de América Latina presentan disonancias en su respuesta o experiencia frente a la crisis del coronavirus. Algunos han padecido mayores estragos de salud pública -Ecuador, por ejemplo- y otros sufrirán consecuencias económicas más graves o duraderas -las islas turísticas del Caribe, por mencionar algunos-. México se encuentra en una situación paradójica. Hasta ahora, el número de contagios y de fallecimientos, dada las dimensiones del país -130 millones de habitantes- es bajo en comparación con otras naciones. En cambio, la caída económica puede ser mucho mayor que en el resto de la región, e incluso que en varios países europeos o asiáticos.

Aunque con brotes y crisis locales -el caso de Tijuana, por ejemplo- y un principio de desbordamiento del sistema de salud, la cifra de fallecimientos en México permanece baja. Si fuera proporcional a la de Estados Unidos, con una población más vieja, pero también con un sistema de salud más robusto, debiera haber en México más de 10.000 muertos hasta este miércoles. El último número oficial apenas supera los 400. Esto puede cambiar en los próximos días. Se puede deber a una subestimación de las muertes, ya sea por falta de información o por una clasificación errónea -deliberada o no-, o a algunas peculiaridades mexicanas. El hecho es que, hasta ahora, México no ha salido mal librado del coronavirus a nivel sanitario.

En cambio, en materia económica la situación es verdaderamente dramática. Por dos razones distintas.

La primera consiste en el impacto inmediato de la recesión económica. Considero que México verá contraerse su economía este año en no menos de 8%, y tal vez más. Carece de un seguro de desempleo para los millones que perderán su trabajo, y de un programa de financiamiento para los integrantes del sector informal o los llamados “propineros” del sector formal que perderán buena parte o la totalidad de sus ingresos. Al ser un destino turístico por excelencia, ha sido ya golpeado con ferocidad por las cancelaciones de viajes, convenciones, vacaciones, etc.

Al tratarse de un país destinatario de remesas, se verá seriamente afectado por su derrumbe, igual que en 2009. Como exportador de petróleo, México se ha visto abrumado por el desplome de los precios. Y tratándose de un país de exportaciones manufactureras a Estados Unidos, sobre todo de automóviles, se ha visto devastado por la caída de la demanda norteamericana. El gobierno de López Obrador decidió no entregarle dinero en efectivo a quienes pierdan su empleo, contrariamente a lo que han hecho en Estados Unidos, y tampoco optó por apoyar a las empresas para evitar despidos, como en Europa. En síntesis, por lo menos dentro de América Latina, con las posibles excepciones de Cuba y Venezuela, México bien podría ser el país que más sufra en términos económicos este año.

Pero lo más grave estriba en la segunda razón. El proyecto económico y social de López Obrador, que tantas expectativas despertó -sin fundamento, ciertamente- entre millones de mexicanos, se ha ido al caño. Se trataba, hasta donde exista una versión verosímil y coherente de ese plan, de transferir recursos en grandes cuantías del Estado y directamente a la gente más desfavorecida, y de privilegiar una media docena de proyectos de gran calado de infraestructura para, a la larga, generar más crecimiento. Hasta donde fuera posible, el presidente buscaba pagar por todo eso con las tasas fiscales existentes, pero con un crecimiento superior al del pasado y reorientando el gasto público.

Ya no aspira al crecimiento mayor. En 2019, la economía mexicana decreció ligeramente; en 2020 caerá como dijimos. Para el resto de su sexenio -hasta 2024- difícilmente recuperará lo perdido en 2020. Los ingresos fiscales descenderán en una proporción equivalente. El conflicto de López Obrador con los empresarios nacionales y extranjeros -reflejado, entre otras cosas, en un editorial furibundo de The Financial Times del 14 de abril- garantiza que las inversiones privadas, nacionales y extranjeras, seguirán en niveles bajos hasta el final.

De modo que, como van las cosas -y pueden cambiar, pero el margen resulta estrecho- para 2024, o en 2022, cuando tendrá lugar una elección de revocación de mandato del presidente, a instancias suyas, en México habrá, en el mejor de los casos, la misma pobreza, la misma desigualdad, la misma violencia y la misma injusticia que el promedio del último cuarto de siglo.

No necesariamente peor, pero sin duda, no mejor. La desilusión puede resultar demoledora, incluso para una sociedad acostumbrada a aceptarlo todo, o como decimos en México, a “aguantar un piano”. La cita es para comienzos de 2022, cuando López Obrador pueda perder la revocación de mandato que el mismo instituyó.

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